jueves, 2 de julio de 2020

Poema para ser leído en siete jueves


¿Te habían dicho que,
en esta fragilidad de ópalos rojos
y esta tristeza de llorar con tu mejor risa,
sos hermosa e invencible?
Hoy nadie podrá apagar el quinto fuego
de la luna que ves del otro lado de tu espejo,
llanto, espinas, impulsos, miedos;
una niña que fue canción
y te canta con tu boca:
‘‘¿En verdad me convertiré algún día
en la maravillosa mujer
que estoy viendo con los ojos cerrados?’’.
Entonces abrís la mirada,
el corazón, las manos
                          y descubrís
que no has dejado de ser esa niña,
pero este nuevo paso de mujer
no te queda nada mal
en la ruta del dios que camina a tu lado
como quien te ama de jueves a jueves.


De ‘‘Edel: el libro de once puertas’’

Omar Ochi



lunes, 16 de marzo de 2020

Nuestra fortaleza en los días del Coronavirus


Hace exactamente un año no imaginábamos esta situación. No teníamos bajo la manga una carta de Batman o el meme de una sopa de murciélago. Estornudábamos, tosíamos y el hambre de al lado no nos miraba con mala cara. Tampoco conjeturábamos la secuencia del aislamiento ni veíamos góndolas vacías en el supermercado, personas desesperadas, eventos cancelados, pánico, exageración mediática, subestimación de un virus que nos amenaza, miedo, alarmas que enloquecen y un período de privaciones.
No obstante (y ante el riesgo de caer en la obviedad de las frases hechas), debo decirte lo que dictan las mismas campanas de ayer: mantené la calma. Tomá con humor algunas invasiones, pero manejá con pinzas la gravedad del asunto. ¿No podés ir al colegio o la universidad, al recital de tu banda preferida, a la cancha, al laburo, a una mateada con los compadres de la urbe o el suburbio? ¿Debés saludar a tu amigo con el codo, negar un beso, lavarte las manos con alcohol en gel? Que así sea. No todo en la vida es color eternidad, pero sucede que, a veces (tamañas veces), la eternidad se toca con el tiempo y aún nadie nos ha robado el privilegio de disfrutar el concierto de colores y la intensidad de este preciso instante.
Entonces me atrevo a decir que ninguna pandemia puede impedir que hoy vivamos un hermoso día en el lugar donde Dios nos ha sembrado, potenciar el infortunio con la chance de pasar más tiempo con la familia (la de la sangre o la que nos permitimos elegir), aventurarnos en el ámbito de los afectos, descansar, trabajar en el hogar, salir a caminar por donde tengamos permitido el paso, leer un buen libro, mirar una película interesante, escribir más, sumergirnos en la música de las cosas sencillas; compartir un desayuno, un almuerzo, una media tarde y una cena inolvidables; jugar a que jugamos, dormir una siesta a la orilla del mundo, parar la pelota en la mitad del campo y pensar y armar una nueva estrategia de inversión productiva y combate; darle batalla al gigante, no perder la fe, no dejar de sonreír, imaginar que podría ser peor y (como diría Silvio) "amar la hora que no brilla".
Es mi deseo que hoy puedas volar en casa o en esos caminos naturales donde los ciegos nos hacen creer que estamos patinando en una jaula. ¡Adelante! ¡Vos podés! Esto va a pasar. No te desanimes, porque las luciérnagas más hermosas de la vida se apagan, pero también vuelven a encender otra historia.


16/03/20

Omar Ochi



Mundos posibles


Retrocedió el tiempo. Regresó al jueves 12 de diciembre del 2019, a las cinco y veinte de la tarde, en Mendoza. Caminó por Peatonal Sarmiento. «Se supone que sucederá a las seis. Puedo cambiar los hechos con anticipación», pensó. Llegó a la Plaza Independencia y, para su sorpresa, una multitud de personas rodeaba a Adelina, quien yacía en la calle Patricias Mendocinas. Había sido atropellada por un colectivo. Temblando de horror, reprogramó su teléfono. Pulsó el botón violeta.
Día 19 de octubre del 2018 a las 10:00 p.m. en el Shopping. Salió del baño de hombres. Se acercó al cine: ante el bullicio de varios adolescentes desesperados, Adelina estaba tendida bocarriba en el suelo, con una herida de bala en la cabeza. No logró entender la tragedia.
Siguió retrocediendo el tiempo e intentó salvarla una infinidad de veces, pero en todos los escenarios ella perdía la vida de formas cada vez más inexplicables.
Entonces decidió rendirse, aceptar la situación y sobrevivir a la ausencia.    
Caminaba por la calle Patricias con lágrimas en los ojos y tormentas en la boca. El viento de la noche era una lenta canción de fugas y nostalgia. De pronto, un colectivo pasó el semáforo en rojo y venía hacia él a toda velocidad. En ese momento fue rescatado por una muchacha vestida de negro.
Cuando miró su rostro para agradecerle, su corazón volvió a nacer frente a la mirada amarilla y etérea que no podía ser de otra mujer. «Ade... ¡Adelina!», gritó. Ella, observando la hora y el botón violeta de su teléfono, afirmó: «Llegué a tiempo, amor. Ahora debería salvarte otras mil veces».


De ‘‘La tercera máquina del olvido’’

Omar Ochi