martes, 14 de febrero de 2017

El peor poema de amor



   No quiero escribir los versos más tristes esta noche. Tampoco pretendo tejer con fuego y ceniza el mejor poema de amor. Podría empezar diciendo: ‘‘no hay vuelo más sublime que esta calle del cielo; no hay líneas más largas que estos caminos recorridos por la magia de un solo paso que damos al mismo tiempo cuando miramos la eternidad en la cara del otro y aprendemos que el libro del viento se resume en una página blanca que se escribe de a dos’’. Pero me engañaría a mí mismo si proclamara que el cielo es necesario en tu rostro; escupiría una verdad de mentira si afirmara que nuestros infinitos senderos se limitan a una frontera que ya derribamos con el primer beso de nuestras miradas en una tarde de café. El cielo es una forma de caminar en cualquier ciudad, en cualquier parque o un helado de complicidad y vainilla o una película de fugitivos que sirve de pretexto para perdernos y encontrarnos en ambos lados de la pantalla. El cielo puede ser cualquier sitio, siempre y cuando estés ahí para recordarme que ayer, hoy y mañana me enseñaste a volar con los pies. Podría decir, también: ‘‘lo nuestro es para siempre y jamás dejaremos de volar por las calles de París, Venecia, Alaska, Marte o Mendoza’’, pero sabemos que nuestras promesas, caricias, manos unidas y camas ardientes algún día se convertirán en un ocaso despedazado por mis gritos y tus reproches al discutir un juego que no sabemos perder y nos lleva derecho al país de la ausencia. Por eso bailamos bajo la lluvia como si fuera la última oportunidad de disfrazarnos de estrellas empapadas. Nos dedicamos a disfrutar esta torre, aquella canoa, ese beso de nieve y cada abrazo cósmico desde un desierto donde inventamos la vida y los viajes porque no hace falta comprar un boleto para comprobar que, aquí y ahora, tengo todo lo que necesito  y nuestro desafío consiste en construir la mejor historia posible con una barra de chocolate que masticamos a dúo mientras tus ojos preguntan: ‘‘¿en dónde queda la soledad?’’. Podría responder: ‘‘estás acá y nacemos juntos’’. Sin embargo, a esta hora, no volás a mi lado… No hay promesas, caricias, manos unidas o camas ardientes. No obstante, sigo caminando conmigo y recorro las calles aéreas, las nubes de tierra, un helado de complicidad y vainilla, una película de fugitivos y una barra de chocolate porque una verdadera historia romántica es aquella en la que puedo conocerme y amarme para luego descubrir que te amo y te reconozco cuando tus alas empardan mis piernas cansadas o pronuncio mis bromas absurdas para escuchar cómo reís dentro de mí. Entonces olvido que, afuera de tu boca, hay un mundo… Tal vez por eso también olvidé que en realidad quise escribir los versos más tristes y tejer el mejor poema de amor. Pero son las peores líneas que he escrito en mi oficio de cazador silencioso. ‘‘Son las peores’’, me digo, para que nuestra historia no termine en esta página y mañana tengamos la chance de superar nuestro último cielo construyendo un nuevo poema con nuestros pasos.


De ‘‘Apto para toda piedra’’

Omar Ochi