sábado, 16 de noviembre de 2013

Zoológico de ilusiones

 


   Cada mañana el niño de enfrente, al verme salir de mi departamento, me hacía caras de mono, conejo, chancho y  otros animales. Sucedió todos los días de la última primavera. Soporté sus burlas como quien se acostumbra a convivir con un zoológico de ilusiones. Pero una tarde de verano decidí responder a cada uno de sus gestos. Me paré en su vereda. Dirigí la vista a su ventana situada en el segundo piso, y él, desde allí, empezó a reír y dibujó con sus gesticulaciones la cara de un gato irónico. Respondí con el ladrido de una bestia rabiosa. Sorprendido, se esforzó en revertir mi ataque simulando un rugido de tigre. Seguro de mi victoria, grité como un indio salvaje y arrojé una lanza invisible. La esquivó, se mostró atemorizado, levantó los brazos en posición de vuelo y se lanzó desde la ventana. 
   No estoy seguro de haber sentido culpa o risa cuando lo vi tirado en el césped. Sólo recuerdo que su padre, al salir del hogar y ver a su hijo llorando como un ave herida, ni siquiera me retó. Tomó al niño entre sus brazos, le besó la frente y, como un canguro, lo llevó saltando hacia la entrada de la casa.



De ‘‘Quimeras en el aire’’

Omar Ochi