sábado, 1 de octubre de 2016

Dios no ha muerto



No se trata de hombres que descienden del azar,
batallas interminables de lenguas afiladas
que defienden a rajatabla
sus teorías de orfandad cósmica,
explosión de mundos, siete eternidades del Creador
o el Edén de los pasos perdidos.

Acá, en todos los sitios del universo
y en la última hora de tu vida,
descubrís que Dios era, es, será
las manos que te sostenían
cuando brotaste del dolor de tu madre
y las veces que nacés a cada instante;

el aire: esa infinidad de posibilidades
de luchar, correr, bailar, volar en la tormenta;
el gemido de las calles,
las preguntas sin respuestas,
el arte de cada día, el plan perfecto,
los caminos del corazón,
la historia de amor que no termina
en la sangre derramada en esa cruz
que te invita a creer o sembrar nuevas espaldas.

Sentís que el hombre y la mujer
no crearon a Dios a su imagen y semejanza,
pues, al fin y al cabo,
Dios es la esencia que ya conocemos,
pero la olvidamos
aunque volvemos a acercarnos, sin saberlo,
a sus brazos abiertos.



De ‘‘Veintidós tesoros para un caminante en la edad del sendero voraz’’

Omar Ochi