lunes, 21 de enero de 2019

Historia de un poema


Mientras escribo, me desprendo de mi piel,
vuelo, viajo a los vértices de un mundo paralelo,
me sumerjo en una selva de árboles azules
donde un león de tres cabezas
se inclina ante los pasos de seis bailarinas ciegas.
Escucho el sonido de las flechas
que emergen como notas de un piano
dominado por las manos de un náufrago sin rostro
que sabe mi segundo nombre
y me enseña a ver medusas en el aire,
unicornios en el fondo del mar,
un nuevo sendero que me lleva a un pueblo
en el que dos gauchos detienen su duelo de sangre
al percibir que sus cuchillos han sido tachados
por mi pluma de fénix
y rayo las paredes de un burdel,
trazo una puerta abierta en la muralla
de los ángeles encarcelados,
entro y salgo de los bares, infiernos, paraísos;
canto la tormenta de la tarde
para que la gente abandone sus hogares
y ría y dance y celebre la vida
bajo las gotas cristalinas de todo lo que soy
en aquella época y en este momento.
Dibujo el pan de harina y tinta,
lo entrego a los hambrientos,
me elevo sin límites en las enormes volutas
que giran hacia los jardines del cielo
y me pregunto cuántas veces
estuve en mi refugio,
cuántos peces se parecen
a las palabras que acabo de pescar
con los dedos en el agua y los pies en el viento.
Luego comprendo que la poesía
es la mejor realidad posible
dentro de las imposibilidades de nacer
con una rosa azul y un ruiseñor afilado
en el corazón sin pecho;
descubro que, del otro lado de la ficción,
dos cuerpos se besan
con el aura que aprendieron al leer este poema
y dejan caer el libro
que vuelve a ser un simple objeto entre sujetos,
pero la historia no termina;
alguien más se desprende de mi piel
y sigue escribiendo…



De ‘‘Edel III: ventanas e historias de renacidos’’

Omar Ochi



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