Hace exactamente
un año no imaginábamos esta situación. No teníamos bajo la manga una carta de
Batman o el meme de una sopa de murciélago. Estornudábamos, tosíamos y el
hambre de al lado no nos miraba con mala cara. Tampoco conjeturábamos la
secuencia del aislamiento ni veíamos góndolas vacías en el supermercado,
personas desesperadas, eventos cancelados, pánico, exageración mediática,
subestimación de un virus que nos amenaza, miedo,
alarmas que enloquecen y un período de privaciones.
No obstante (y
ante el riesgo de caer en la obviedad de las frases hechas), debo decirte lo
que dictan las mismas campanas de ayer: mantené la calma. Tomá con humor
algunas invasiones, pero manejá con pinzas la gravedad del asunto. ¿No podés ir
al colegio o la universidad, al recital de tu banda preferida, a la cancha, al
laburo, a una mateada con los compadres de la urbe o el suburbio? ¿Debés
saludar a tu amigo con el codo, negar un beso, lavarte las manos con alcohol en
gel? Que así sea. No todo en la vida es color eternidad, pero sucede que, a
veces (tamañas veces), la eternidad se toca con el tiempo y aún nadie nos ha
robado el privilegio de disfrutar el concierto de colores y la intensidad de este
preciso instante.
Entonces me
atrevo a decir que ninguna pandemia puede impedir que hoy vivamos un hermoso
día en el lugar donde Dios nos ha sembrado, potenciar el infortunio con la
chance de pasar más tiempo con la familia (la de la sangre o la que nos permitimos
elegir), aventurarnos en el ámbito de los afectos, descansar, trabajar en el
hogar, salir a caminar por donde tengamos permitido el paso, leer un buen
libro, mirar una película interesante, escribir más, sumergirnos en la música
de las cosas sencillas; compartir un desayuno, un almuerzo, una media tarde y
una cena inolvidables; jugar a que jugamos, dormir una siesta a la orilla del
mundo, parar la pelota en la mitad del campo y pensar y armar una nueva
estrategia de inversión productiva y combate; darle batalla al gigante, no
perder la fe, no dejar de sonreír, imaginar que podría ser peor y (como diría
Silvio) "amar la hora que no brilla".
Es mi deseo que
hoy puedas volar en casa o en esos caminos naturales donde los ciegos nos hacen
creer que estamos patinando en una jaula. ¡Adelante! ¡Vos podés! Esto va a
pasar. No te desanimes, porque las luciérnagas más hermosas de la vida se
apagan, pero también vuelven a encender otra historia.
16/03/20
Omar
Ochi