Una de las
frases más recurrentes del protagonista de la película «El renacido» es:
«Lucha... Mientras puedas respirar, lucha». Si interpretamos tal idea como un susurro
de combate, una agonía musical o un sufrimiento alentador («Lucha, mientras
puedas respirar, lucha...»), veremos una esperanza que se enciende como una
antorcha en medio de la soledad más oscura y alcanzaremos a divisar las
puertas, los portones, los montes que se abren en la batalla de cada ser
humano.
Entonces el
silencio sonará más fuerte: mientras puedas respirar, lucha contra esa tristeza
que tiene forma de lluvia inesperada, contra las voces que te dicen «no
llegarás», «los pájaros no existen», «no naciste para eso», «renuncia a esa
meta imposible de alcanzar». No te dejes empapar por la saliva y la burla de
quienes se refugian en la envidia y la impotencia; no le temas al tamaño de un
desafío ni a los dientes ilusorios de la tormenta que truena, pero no muerde;
levántate de esa cama o de aquel pozo aunque sientas que un nuevo día ha
comenzado y has vuelto a despertar en el desierto; escribe tu mejor océano por
más que la vida se arrastre en la arena; camina, corre y vuela con los brazos
si te faltan las piernas; arpegia una guitarra con los dedos de los pies si tu
música perdió las manos; ciego o sordo, mira el sonido del amor y escucha la
imagen de la paz; herido o abandonado, acepta el vuelo de las alas que nunca te
pertenecieron y no le guardes rencor a ninguna espalda; lucha, lucha por tus
sueños aunque te cierren un ventanal en la nariz, improvisen trampas en tu
carrera o vayas perdiendo por goleada el partido que todavía no empieza.
Mientras puedas
respirar, vive: si algo de aliento queda en ese cuerpo que está sentado,
cabizbajo, en una habitación atardecida mientras las lágrimas siguen cayendo en
un declive que precede al abismo, ¡estás vivo! Levanta la cabeza: Dios tiene un
plan perfecto, alguien navega en el viento de la noche y comienza a pescar
estrellas, un padre recupera a su hijo en algún lugar del mundo; dos niños se
escapan de su hogar, se sumergen en un bosque, atrapan luciérnagas y cuentan
leyendas acerca de la bruja del castillo de enfrente, quien en realidad no es
una bruja, sino una mujer de dolores que durante años pensó que el sol no
saldría de su vientre, pero ha ocurrido un milagro en la edad del ocaso y un
niño está naciendo... Justo ahí: en el parto del hogar. También nace en el nido
de un ave que durmió entre las llamas de un árbol incendiado para proteger sus
huevos. También aquí: frente a tus ojos, cara a caras con tu espejo; has vuelto
a nacer y no lo sabes, has salvado un mundo al levantar del suelo el alma que
le entregará el pan al hambriento que golpeará tu puerta y te pedirá tu mejor
poesía.
Luego saborearás
un aura diferente, abrazarás al que sigue luchando y le dirás: «No te rindas...
Mientras puedas respirar, no te rindas. Aún hay aire esta noche: todavía
existe, en algún sitio del mapa de los niños o en la palma de tu mano, esa otra
luna que jamás imaginaste, y te necesita para volver a brillar...».
De
‘‘Veintidós tesoros para un caminante en la edad del sendero voraz’’
Omar
Ochi
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