En
esta calle sin nombre
no
se solicita una mujer perfecta,
tampoco
la utopía
de
dos espacios que forman
una
figura que es, en su efecto,
ardiente
por fuera e inmensa por dentro.
No
hacen falta muñecas de plástico,
reinas
de Saba, coronas fugaces,
poses
de revista burguesa
o
rostros que se pintan de soberbia
y
olvidan que todas nacieron de un solo color
divisado
en tantos colores intangibles
y
cosas bellas del camino.
Sí.
Cada una es bella a su manera,
pero
no se trata de belleza
o
apariencia o deseo
esta
larga solicitud de ‘‘costilla’’.
En
esta calle sin nombre
y
sin postales de viento
se
pide y se anhela una mujer
que
tenga la pureza de esos ojos,
ese
alumbramiento, esa desnudez,
imperfecta
habilidad
de
ser perfecta en todos sus errores
y
en sus formas sutiles de ‘‘estar’’
o
‘‘estallar’’ en burbujas de histeria.
Se
busca mujer que despierte
en
medio de la vida
y
al mirarse en el espejo
se
considere naranja completa,
pero
invente una supuesta mitad
que
sirva de pretexto para conocerme.
Quiero
un mundo
que
tenga tu mirada, tu sencillez,
la
medida de tus dudas,
el
eco de tu sonrisa,
tus
pasos en el aire,
tus
siete maneras de caer hacia arriba
y
desatar la locura
de
correr juntos bajo la lluvia
mientras
somos ricos en la pobreza.
¿Lo
ves? Nadie encaja tanto
en
este pedido de rescate.
No
hacen falta muñecas, reinas, poses,
segundas
o terceras
opciones
de amor descartable.
Se
solicita que, en cualquier ‘‘ahora’’,
vuelvas
a pasar por esta calle sin nombre
con
tus formas de transportarme al bosque
y
con ese pretexto de media naranja
que
me hacen elegirte todos los días.
De
‘‘Apto para toda piedra’’
Omar
Ochi
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