No quiero escribir los versos más tristes
esta noche. Tampoco pretendo tejer con fuego y ceniza el mejor poema de amor.
Podría empezar diciendo: ‘‘no hay vuelo más sublime que esta calle del cielo;
no hay líneas más largas que estos caminos recorridos por la magia de un solo
paso que damos al mismo tiempo cuando miramos la eternidad en la cara del otro
y aprendemos que el libro del viento se resume en una página blanca que se
escribe de a dos’’. Pero me engañaría a mí mismo si proclamara que el cielo es
necesario en tu rostro; escupiría una verdad de mentira si afirmara que
nuestros infinitos senderos se limitan a una frontera que ya derribamos con el
primer beso de nuestras miradas en una tarde de café. El cielo es una forma de caminar
en cualquier ciudad, en cualquier parque o un helado de complicidad y vainilla
o una película de fugitivos que sirve de pretexto para perdernos y encontrarnos
en ambos lados de la pantalla. El cielo puede ser cualquier sitio, siempre y
cuando estés ahí para recordarme que ayer, hoy y mañana me enseñaste a volar
con los pies. Podría decir, también: ‘‘lo nuestro es para siempre y jamás
dejaremos de volar por las calles de París, Venecia, Alaska, Marte o Mendoza’’,
pero sabemos que nuestras promesas, caricias, manos unidas y camas ardientes
algún día se convertirán en un ocaso despedazado por mis gritos y tus reproches
al discutir un juego que no sabemos perder y nos lleva derecho al país de la
ausencia. Por eso bailamos bajo la lluvia como si fuera la última oportunidad
de disfrazarnos de estrellas empapadas. Nos dedicamos a disfrutar esta torre,
aquella canoa, ese beso de nieve y cada abrazo cósmico desde un desierto donde
inventamos la vida y los viajes porque no hace falta comprar un boleto para comprobar
que, aquí y ahora, tengo todo lo que necesito
y nuestro desafío consiste en construir la mejor historia posible con
una barra de chocolate que masticamos a dúo mientras tus ojos preguntan: ‘‘¿en
dónde queda la soledad?’’. Podría responder: ‘‘estás acá y nacemos juntos’’.
Sin embargo, a esta hora, no volás a mi lado… No hay promesas, caricias, manos
unidas o camas ardientes. No obstante, sigo caminando conmigo y recorro las
calles aéreas, las nubes de tierra, un helado de complicidad y vainilla, una película
de fugitivos y una barra de chocolate porque una verdadera historia romántica
es aquella en la que puedo conocerme y amarme para luego descubrir que te amo y
te reconozco cuando tus alas empardan mis piernas cansadas o pronuncio mis
bromas absurdas para escuchar cómo reís dentro de mí. Entonces olvido que,
afuera de tu boca, hay un mundo… Tal vez por eso también olvidé que en realidad
quise escribir los versos más tristes y tejer el mejor poema de amor. Pero son
las peores líneas que he escrito en mi oficio de cazador silencioso. ‘‘Son las
peores’’, me digo, para que nuestra historia no termine en esta página y mañana
tengamos la chance de superar nuestro último cielo construyendo un nuevo poema
con nuestros pasos.
De
‘‘Apto para toda piedra’’
Omar
Ochi
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