Dicen
que la poesía ha muerto,
pero
la vi columpiarse en la plaza de los desterrados.
La
vi jugando a la mancha,
trepando
las escamas de los árboles vivos,
inventando
una escalera para llegar al cielo
mientras
el sol nos observaba
desde
el otro lado de la esfera sufriente
y
un cometa descendió a mi pluma
para
convertirse en verso de vino y leche.
Dicen
que la poesía ha muerto,
pero
la sigo viendo en la tierra de los secretos,
en
los campos, las urbes, las cordilleras,
en
una pareja de ancianos caminando por el parque;
en
la historia de dos amantes
que
acamparon bajo la lluvia,
se
besaron, sucedieron, sembraron distancias
para
que ella fuera libre en otros senderos
y
él escribiera un poema donde el dolor nos enseñe
que
el llanto, la risa y las cosas que nadie entiende
ocurren
para ser dichas y escritas
por
la voz y las manos del alma que lee la página blanca.
En
este velorio de inmortales
los
noticieros, pasacalles, carteles
dicen
que la poesía ha muerto.
Sin
embargo, estoy convencido
de
que allá, acá, en cualquier patria
la
poesía nos mira desde los ojos de un niño
y
nos pregunta «¿qué es la muerte?».
De
‘‘Los sabores del hambre’’
Omar
Ochi
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