viernes, 25 de octubre de 2019

Malén


Malén observaba a la niña y sonreía al contemplar el alba de sus ojos. Luego, cuando la pequeña le hizo una pregunta, sintió ese fuego y esa música que nunca se apagan en la memoria. Volvió, con la mente y el alma, a las viejas noches de Tilcara. 

Recordó aquella peña de rock and roll. La recordaba más que a cualquier otra sombra: fue ahí donde los alcoholes de la vida tuvieron sus efectos positivos. Fue ahí donde conoció a Julián Wayra, un escritor mendocino que visitaba Jujuy. 
Lo miró de frente, se entregó a sus ojos azules. Trató de seducirlo (Malén era una hermosa muchacha), y después de varios tragos y de jugar un largo rato a los asaltos de la pasión, comenzaron a besarse. Se embriagaron de sus propios labios mientras sonaba una canción de Los Redondos. Reían, bailaban con pasos inventados y, antes de la madrugada, terminaron desnudando sus deseos en el Malka, haciendo pecar a las sábanas y charlando sobre muchas cosas.
Después, repitieron sus pasiones durante catorce noches que podrían explicarse como una bella oscuridad. Cenaron en todos los restaurantes. Recorrieron la ciudad nocturna. Divisaban, recostados en una sábana a la orilla del Río Grande, la infinitud de las estrellas. Se sintieron grandes, pequeños, fugaces y eternos en las horas del amor.
Cuando el sol alumbraba la imponente Quebrada de Humahuaca, visitaban el Pucará y su Jardín Botánico de Altura. Llegaban a la Garganta del Diablo y apreciaban la Quebrada en toda su extensión. Fotografiaban los hornos solares y las casas ecológicas. Vivieron sus mejores momentos, pero, inevitablemente, había llegado el último día…
Estaban sentados en un banquito de la plaza central y conversaban bajo el cielo nublado de otoño:
—Se hace tarde.  Tengo que preparar mi bolso. ¿Vamos al hotel o preferís esperarme en la terminal? —dijo Julián.
—Iré directamente a la terminal. Me gustaría esperarte allá. Tengo una sorpresa.
—Me gustan las sorpresas. Nos vemos en un rato. No nos demoremos. Mirá que el colectivo saldrá dentro de cuarenta minutos. Es el de las siete y cuarto.
La besó y se alejó alegre.
Malén, sin darse cuenta y debido a la resaca de la noche anterior, fue cerrando sus ojos hasta quedarse dormida…
Cuando despertó, vio las primeras gotas de lluvia en su piel. Miró su reloj e inmediatamente corrió a la terminal.
¿Es normal un descuido? ¿Es posible perseguir el tiempo mientras el amor usurpa las distancias y huye con la única hora infinita? ‘‘Aún puedo alcanzarlo’’, pensó. Apuró la rapidez de sus pasos. Esperó la realización de un milagro y, justo antes de llegar a la terminal, vio un colectivo alejarse. Sintió la lluvia como otra música. Volvió a mirar el reloj: eran las siete y media de la tarde.
Había un papel tirado en el camino, mojado, pisoteado por el agua. Lo recogió y lo leyó en silencio:
¿Ésa es tu despedida? No importa… Ya fue. Y no te arrepientas, pues, de alguna forma, volveremos a vernos.  Julián.

Ahora, Malén parecía entender aquellas palabras, mientras la niña, con su voz dulce, volvía a preguntarle: ‘‘Mami… ¿cómo era Papá?’’.


De ‘‘Las noches de Tilcara’’

Omar Ochi








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