miércoles, 23 de octubre de 2019

Los monstruos


Existen, hijo.
No duermen en tu armario.
Algunos descansan
frotando sueños en una cueva,
cenando miserias en un puente
o cuentan bocarriba en la calle
las estrellas que no pudieron alcanzar.

Otros se esconden
con sus camisas desabotonadas
debajo de una cama matrimonial
cuando escuchan
que el dueño de casa está por entrar a la pieza,
se camuflan entre la policía
después de cometer un crimen
o son invisibles
hasta el momento en que los encontrás
en cualquier tiniebla
y te asustan con una palabra, un rostro,
un cuchillo, un revólver.

Pero no todos los monstruos
nacen siendo monstruos.
Mirala a tu tía: se recibió de profesora
y, según los rumores de la gente,
trabaja de bruja desquiciada
desde el día en que perdió la paciencia
frente a un santo grupo de alumnos.
O acordate del vecino del departamento 66:
por besar a otro hombre en la boca
fue condenado a cumplir
su injusto papel de marica
en el mito de los marginados,
en la mente del pueblo.

En fin: hay tantos cucos como prejuicios,
leyendas, títeres diseñados
para interpretar la voz del miedo. 

Existen, hijo. Los monstruos existen.
Por esa razón nosotros
también somos reales esta noche
y debemos asustar, solo asustar
a aquel niño que va caminando
con nuestra cena en la mano.


De ‘‘Los sabores del hambre’’

Omar Ochi




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