lunes, 18 de enero de 2016

Emma y su aventura de otro tamaño

Emma Fernández era la niña más alta del barrio Buena Nueva. Por lo tanto, los niños de su calle, e incluso sus propias amigas, se burlaban de ella llamándola ‘‘jirafa’’, ‘‘dinosaurio’’ o ‘‘ferrocarril parado’’. Emma, a pesar de su hermosura y aunque su padre siempre le decía palabras alentadoras, odiaba su estatura y sentía un enorme destello de fealdad en su vida. Pero una noche de primavera, mientras lloraba en su balcón, vio una estrella fugaz cruzando los caminos del cielo y, entonces, sin pensarlo dos veces, cerró los ojos y pidió un deseo. Deseó convertirse en la niña más pequeña del mundo. Luego entró a su habitación, se acostó en su cama y se quedó profundamente dormida…

Al otro día, abrió los ojos y no pudo creer lo que vio: el techo de su pieza parecía un ancho cielo de madera, la cama era inmensa, la mesa de luz se asemejaba a una casa y la lámpara tenía un aspecto de sol apagado. Todas las cosas habían cambiado de tamaño. ‘‘¡Qué horror!’’, pensó al principio. ‘‘¡Qué maravilla!’’, exclamó cinco minutos después, rendida ante la belleza indescriptible de un nuevo mundo donde los detalles más simple de la vida se podían apreciar diez veces mejor que antes. Se dio cuenta de que su deseo se había hecho realidad y que, siendo la niña más pequeña del universo, ya nadie se burlaría de ella y estaba a punto de vivir una experiencia increíble. Entonces se colgó de una sábana que desbordaba la cama y descendió lentamente al suelo.

Como la puerta de la habitación había quedado entreabierta en la noche, aprovechó a salir de la pieza a través de esa pequeña abertura. Bajó cuidadosamente las escaleras como si cada enorme escalón fuera el peldaño de una montaña. Caminó maravillada por la alfombra del living y, de pronto, entre sillas inmensas, apareció Nieve, su hermosa gata blanca. Emma comenzó a temblar de miedo al ver que su mascota se acercaba a ella como una bestia que podría devorarla como a una rata. Sin embargo, Nieve reconoció a Emma, le lengüeteó el cabello, se inclinó y la invito a montarla. Emma, llena de alegría, se subió a ese lomo de pelos suaves y le ordenó que la llevara al jardín sin que su padre lo supiera. La gata obedeció: corrió hacia una ventana abierta y pegó un saltó glorioso que provocó gritos y risas que fluían de la boca de Emma, quien se aferró fuertemente al cuello del animal.

En el jardín, la admiración y la felicidad de la niña crecieron a tal punto que comenzó a bailar entre las rosas que parecían árboles sublimes y el perfume intenso de los jazmines. Todo era un verdadero paraíso. El sol brillaba en los pastos selváticos, en el manzano imponente y en el movimiento de los insectos gigantes que iban y venían como una armonía creada por Dios. Emma pasó horas disfrutando la magia del paisaje y jugando con su gata. Pero sintió que ese bosque no era suficiente para su nuevo espíritu aventurero y cada vez más corajudo. Entonces decidió explorar los otros paraísos del barrio. Recordó que uno de sus barcos de juguete había quedado flotando en la piscina del patio el día anterior. Se asomó a la orilla con un largo y fino palo que le sirvió para atraer el barco hacia ella. Luego se despidió de Nieve diciéndole: ‘‘Me voy, pero volveré más tarde. Solo voy a pasear un ratito. Vos quedate acá y no te preocupés por mí’’. La abrazó, se separó de ella y, con su liviano navío, cruzó el cerco a través de un agujero de roedor. Se acercó a una profunda acequia por donde el agua corría a un centímetro de los bordes. Arrastró el barquito lo más cerca posible del agua, se subió, se sujetó rápidamente al timón y el barco cayó a la corriente. De esta forma comenzó a navegar…

Navegó alegre mientras oía el dulce sonido del agua y pasaba debajo de puentes que podrían confundirse con cavernas acuáticas. Sintió el aire de la libertad y su viaje parecía perfecto. Sin embargo, se encontró con una cascada por donde el barco descendió y luego quedó estancado entre dos piedras. Emma cayó y sintió la fuerza de la corriente en su cuerpo. Fue arrastrada de un lado a otro hasta que una nueva cascada la lanzó a un zanjón donde comenzó a hundirse. Por más que pataleaba y lanzaba burbujas con su boca seguía hundiéndose… Estuvo a punto de ahogarse, pero de pronto sintió que dos garras tomaron sus hombros y la sacaron del agua. Cuando levantó la cabeza para ver quién la había rescatado, se dio cuenta de que un enorme pájaro la llevaba por los aires sin soltarla.

Mientras el ave volaba con Emma en sus garras, ella pensaba que este animal era un ser milagroso enviado desde el cielo para salvarla y enseñarle los jardines del viento. Pero cambió de idea cuando el pájaro llegó a la rama más alta de un árbol y se detuvo en un lugar donde sus pichones esperaban hambrientos el almuerzo. Se desesperó cuando fue arrojada a ese nido y los pajaritos se acercaron a ella. Comenzaron a picotearla. Ella lloraba y sentía que había llegado el momento final de su vida. Sentía que no saldría viva de esa situación y, entonces, varias imágenes aparecieron en su mente: recordó las escenas más bellas de su infancia. Recordó que era la niña más alta de su barrio y hasta llegó a extrañar las burlas de los niños. Recordó que siempre le gustó su nombre y que estaba orgullosa de llevar el apellido de su padre, quien la amaba y la protegía. Recordó muchos detalles de sí misma, y, a medida que recordaba, su cuerpo iba cambiando de tamaño. Crecía, crecía, crecía… Y finalmente recuperó su estatura normal. En ese instante, los pájaros se alejaron, pero ella empezó a caer del árbol…

Horas más tarde, despertó en una habitación de hospital. Miró a su alrededor y lloró de alegría al ver que su padre estaba ahí, cuidándola. Él, con lágrimas en los ojos, le dijo:

 –Te amo, hijita. Todo saldrá bien. El médico dijo que no fue un golpe grave, pero contame: ¿qué fue lo que sucedió?

–Papá… Sé que no me creerás… Pero te lo diré: me había convertido en la niña más pequeña del mundo y quise disfrutar las cosas bellas de la vida… Sí… Hasta las cosas más simples se veían hermosas… Jugué en nuestro jardín… ¡Parecía un paraíso! Luego me subí a un barco de juguete y navegué en una acequia… Luego me hundí… Luego un pájaro me sacó de ahí para llevarme hasta un nido donde sus hijitos querían comerme… Luego… Luego sentí que ya no te volvería a ver… Empecé a recordar muchos momentos lindos… Recordaba detalles que me gustan de mí… Y pasó algo extraño… Mientras recordaba iba recuperando mi estatura normal y… caí. Eso fue lo que sucedió… Pensás que estoy loca, ¿verdad?

–No, hija. ¿Y sabés qué? Te creo. Creo tus palabras, porque la vida también se trata de eso: cuando nos sentimos pequeñitos y, de pronto, recordamos quiénes somos y  descubrimos las cosas que más nos gustan de nosotros, entonces nos damos cuenta de que somos más inmensos y más valiosos de lo que pensábamos… Esta historia no ha terminado. A partir de hoy, comenzá a vivir como una persona inmensa y valiosa.



De ‘‘Los cuatro sueños de Malena’’

Omar Ochi




(ilustraciones de Nicolás Gutiérrez y Lucía Ortiz)






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