El
buitre se dirigía a su hogar. Allí lo esperaban sus únicos amigos: otros
buitres. Volaba cerca de los halcones, quienes lo miraban de reojo y
despreciaban su presencia poco amigable. También se cruzaba a las cigüeñas,
quienes también desconfiaban de él. Sin embargo, el buitre reía y no se
arrepentía de seguir siendo un buitre.
Cuando
llegó a su tierra, se detuvo en las ramas de un árbol seco. En ese desierto se
encontró con sus compañeros. Saludó a cada uno de ellos con un gesto vulgar y
les preguntó qué sucedía. Nadie le respondió. Luego, tratando de encontrar la
respuesta por sí mismo, se dio cuenta de que todos contemplaban atentos un
collar de perlas abandonado en la arena que, al menos, podría servirles para
verse más elegantes. El buitre enterró su mirada en esas piedras preciosas. Se
lanzó impulsivamente sobre ellas, y los otros, de una dolorosa bofetada, no se
lo permitieron. Estaban discutiendo hace horas para ver quién era realmente
digno de ellas.
El
buitre, ofendido por la mala actitud de los suyos, les dijo:
—
¡Ya me cansaron! No son más que unos fracasados. Les voy a demostrar que soy
más vivo que ustedes.
—
¿Ah, sí? Decime: ¿de qué forma lo vas a hacer? —contestó uno de ellos.
—Es
simple. He oído que por allá, en la ‘‘Alta cumbre de águilas y cóndores’’, los
habitantes de ese pueblo se pelean entre ellos. ¿Y qué mejor oportunidad que
ésa para un buitre? Voy a infiltrarme como un peregrino, disfrutaré las peleas
ajenas y luego... ¡Zaz!
Después
de haber dicho estas palabras, sus compañeros
se burlaron de él. ¡Cuántas carcajadas se tragó aquel día! Sin embargo,
miró el cielo, alzó vuelo y partió rumbo a sus horizontes. Navegó largas horas
por los vientos. Les echó el ojo a cada una de las altas cordilleras de
América, ¿y qué vio? Su carnada. ¡Ahí estaban! Eran cientos de aves, todas
amontonadas en una hermosa cumbre. Gritaban y agitaban sus alas ante el
espectáculo que estaba a punto de comenzar. ¿Un espectáculo? El buitre no
entendía ni jota lo que estaba sucediendo. Fingió ser un miembro más de la
multitud y le preguntó a una de las aves cuál era el motivo de tanto alboroto.
Ésta le dijo:
—
¿Qué? ¿No te has enterado? Un cóndor bastante rudo acaba de retar a duelo al
águila más ágil del mundo.
—
¿Y en qué consiste el desafío? —añadió el buitre, demostrando un interés
evidente en su nueva pregunta.
—
¿Ves ese huevo dorado que está a la orilla del rin? Bueno... El ganador de esta
pelea tendrá el privilegio de adueñarse de él.
—
¿Tanto valor tiene ese huevo? —Volvió a preguntar el buitre.
—Parece
que no sos de este planeta. ¿No ves que ese premio es el símbolo del dominio
absoluto? El que tenga el huevo en sus manos,
gobernará el pueblo de ‘‘Alta cumbre de águilas y cóndores’’.
Después
de esto, el duelo tan esperado estalló en la mirada de sus espectadores. Uno de
los contrincantes, el águila, empezó a picotear a su adversario. ¡Le estaba
dando una paliza muy grande! Ni siquiera lo dejaba moverse. Sus ataques eran
feroces. El combate parecía estar a su favor. Las águilas enloquecían. Y
entonces... reía el buitre.
Luego,
el cóndor tomó un segundo aire y comenzó a demostrar su verdadera fuerza.
Embistió dos veces al águila, y ésta quedó en el suelo, herida y casi
noqueada. Intentó ponerse de pie, pero
su rival la siguió golpeando. Los cóndores aplaudían. Y entre ellos... ¡reía el
buitre!
Era el último de los tres asaltos, y el águila,
enfurecida, sorprendió al cóndor con sus mejores ataques. Se movió como el
viento y lo venció con una sola arremetida. Sus seguidores festejaban haciendo
fantásticas piruetas en el aire. ¡Toda ave contempló aquel triunfo heroico! Y
no se dieron cuenta de algo. Habían olvidado lo más importante: ¡el huevo
dorado ya no estaba! Y el buitre... tampoco.
De ‘‘Los cuatro sueños de Malena’’
Omar Ochi
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