Contraté
al detective Morales. Le conté mis sospechas acerca de mi esposa y le mostré la
carta de su amante, que fue hallada debajo de la almohada de nuestra cama
matrimonial. El extraño sujeto, sumergido en su profesión de sabueso privado,
observó minuciosamente el papel y otros indicios de infidelidad que fui
juntando a lo largo de los últimos meses. Luego me aseguró: ‘‘No será difícil
encontrar al amante de su mujer. Sólo deme dos días’’. Convencido de sus
palabras, agradecí su disposición y le
pagué por anticipado.
Cuarenta
y ocho horas después, Morales golpeó mi puerta: ‘‘¡Señor! Aún no pude descubrir
la identidad del hombre. Pero le traigo un dato interesante: averigüé el lugar
y la hora en que ambos tendrán su próximo encuentro furtivo’’. ‘‘Eso es más que
interesante’’, contesté con una sonrisa macabra.
Aquella noche, a las diez y media, estacioné mi auto
en una casa de adobe. No había perros ni otros centinelas nocturnos. La entrada
estaba semi abierta. Entré despacio. Me acerqué a una habitación iluminada.
Preparé mi revólver. Abrí la puerta y… recibí un tiro en el hombro. Lancé
gritos de dolor. Me arrastré en el suelo buscando con la mirada al autor del
disparo y, cuando pude reconocerlo, dije: ‘‘¡¡Morales!! ¿Qué carajo estás
haciendo?’’. Él respondió: ‘‘Lo siento, Señor. El amante de su esposa me paga
con dólares’’.
De ‘‘Crónicas de hombres celosos’’
Omar Ochi
Jajajaja este me tento mucho un final sorprendente
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