Leo un cuento de
Cortázar en mi sillón preferido. Me llama la atención la palabra «axolotl».
Disfruto la historia. Escucho golpes en mi puerta. Me levanto, camino hacia el
picaporte, atiendo: no hay nadie. Regreso al sillón. Retomo la lectura. Llego al
final del texto y, en ese instante, vuelvo a escuchar los mismos golpes. Vuelvo
a levantarme. Atiendo: veo a un hombre de anteojos enormes. Le extiendo mi
mano. No me ve. Me cierra la puerta en la cara. Escucho cómo se alejan sus
pasos. Me asomo a su ventana, le hago señas, pero definitivamente no puede
verme. O tal vez está demasiado concentrado en el libro que lee en su sillón.
De ‘‘Cuarenta formas de ser invisible’’
Omar Ochi
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