El mate se movía
de un lado a otro. El termo se elevaba a veinte centímetros de la mesa. Se
inclinaba ante la ventana que reflejaba el ocaso y el patio más hermosos de
Guaymallén. Dejaba caer el agua que subía la temperatura de las historias de
los ocho amigos sentados en ronda, invisibles e impalpables para el mundo;
bellos y eternos para la niña que los seguía recordando como los novios que
siempre quiso tener.
De
‘‘Cuarenta formas de ser invisible’’
Omar
Ochi
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