martes, 29 de octubre de 2019

La tercera máquina del olvido


I
Un hombre entra en la máquina del tiempo. Enciende los motores. Viaja en una espiral de luces y estruendos. Llega a una época de inefables prados cuyas criaturas que los habitan son dinosaurios muy diferentes de los que uno acostumbra a ver en las enciclopedias. Cuando sale a la tierra, un Rex de dos cabezas aplasta el milagroso artefacto y, el hombre, empieza a correr. Huye desesperado por un bosque de reptiles impredecibles. Llega a una cueva. Allí conoce a una mujer que lo refugia, lo enamora y, al cabo de unos días, ambos se abrazan junto a una fogata y él le dice en el idioma del silencio: «¿Sabés algo? De alguna forma recuerdo esta escena…».

II
Una persona es congelada durante ochenta años para luego despertar en un futuro donde se haya descubierto la cura de su enfermedad. Aparece, repentinamente, en un laboratorio de alienígenas y robots que la visten, la conducen por un túnel galáctico, le enseñan una ciudad de extraños edificios, naves y rutas áreas y la hospedan en la casa de alguien que la atiende con los brazos abiertos; la baña, le cuenta historias del universo y la conquista. Horas más tarde, mientras contemplan una lluvia de meteoros, esta amable compañera le escribe en el fondo de un lago virtual: «¿Será posible? Creo que, de alguna manera, recuerdo esta escena…».

***
Un ser humano observa las imágenes de un hombre que entra en una máquina del tiempo, un paisaje de dinosaurios, una cueva, una mujer, una fogata; alguien congelado en una cámara posmoderna, robots y alienígenas, una ciudad futurista, una amable compañera, una lluvia de meteoros, un lago virtual y, de pronto, apunta el control remoto a la pantalla del televisor y lo apaga. Luego se dice a sí mismo: «Había olvidado esta parte de mi vida».   


De ‘‘La tercera máquina del olvido’’

Omar Ochi



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