I
Un
hombre entra en la máquina del tiempo. Enciende los motores. Viaja en una
espiral de luces y estruendos. Llega a una época de inefables prados cuyas
criaturas que los habitan son dinosaurios muy diferentes de los que uno acostumbra
a ver en las enciclopedias. Cuando sale a la tierra, un Rex de dos cabezas
aplasta el milagroso artefacto y, el hombre, empieza a correr. Huye desesperado
por un bosque de reptiles impredecibles. Llega a una cueva. Allí conoce a una
mujer que lo refugia, lo enamora y, al cabo de unos días, ambos se abrazan
junto a una fogata y él le dice en el idioma del silencio: «¿Sabés algo? De
alguna forma recuerdo esta escena…».
II
Una
persona es congelada durante ochenta años para luego despertar en un futuro
donde se haya descubierto la cura de su enfermedad. Aparece, repentinamente, en
un laboratorio de alienígenas y robots que la visten, la conducen por un túnel
galáctico, le enseñan una ciudad de extraños edificios, naves y rutas áreas y
la hospedan en la casa de alguien que la atiende con los brazos abiertos; la
baña, le cuenta historias del universo y la conquista. Horas más tarde,
mientras contemplan una lluvia de meteoros, esta amable compañera le escribe en
el fondo de un lago virtual: «¿Será posible? Creo que, de alguna manera,
recuerdo esta escena…».
***
Un ser
humano observa las imágenes de un hombre que entra en una máquina del tiempo,
un paisaje de dinosaurios, una cueva, una mujer, una fogata; alguien congelado
en una cámara posmoderna, robots y alienígenas, una ciudad futurista, una
amable compañera, una lluvia de meteoros, un lago virtual y, de pronto, apunta
el control remoto a la pantalla del televisor y lo apaga. Luego se dice a sí
mismo: «Había olvidado esta parte de mi vida».
De
‘‘La tercera máquina del olvido’’
Omar
Ochi
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