Sé que podés
imaginar esta historia: soy un personaje que se encogió tanto hasta alcanzar el
tamaño de un roedor. Es hermoso caminar por el país de los diminutos. Las
sillas, las mesas y los otros muebles son inmensos. Ni hablar de las paredes y
el techo. Cada sala de esta casa colosal se transforma en un castillo digno de
mi aventura. Me subo a un auto de juguete, lo manipulo a mi antojo, me
divierto, lanzo gritos de alegría. Penetro las aberturas de los muros, descubro
los secretos del hogar. Por suerte, alguien dejó abierta la puerta que conduce
al jardín, lo que me impulsa a sumergirme en un viaje extraordinario por una
selva de rosas y jazmines gigantes, enormes pastos que se asemejan a un
laberinto verde, un charco que no es otra cosa que un lago donde refresco mi
cuerpo, una secuencia de insectos que van y vienen como ángeles de tierra. Todo
parece perfecto, pero una sombra se alarga en la orilla. Es imposible no verlo:
un gato de la estatura del miedo se asoma… Salgo del charco, empiezo a correr.
Sé que podés imaginar esta historia: mi historia, la tuya. El gato te atrapa,
te tiene entre sus garras, te acerca a su boca; de mí depende el final de tu
vida o el principio de…
De
‘‘Cuarenta formas de ser invisible’’
Omar
Ochi
No hay comentarios:
Publicar un comentario