domingo, 6 de octubre de 2019

El hombre invisible


Decido ser invisible. Camino por las calles mendocinas haciendo todo lo que deseo. Veo a dos políticos en la vereda de enfrente, cruzo la calle, les bajo los pantalones. Luego subo a un colectivo sin pagar boleto. Disfruto un viaje de veinte minutos. Les cacheteo el trasero a algunas personas y, éstas, miran de reojo al pasajero que tienen al lado, lo insultan o lo empujan. Llego al Shopping, entro gratis al cine, a las tiendas de ropa femenina, espío los vestidores; bebo los vasos de jugo, licuados, capuchinos que las parejas distraídas acostumbran a pedir en los cafés y patios de comida. Bailo en las escaleras eléctricas, salgo del centro comercial, avanzo entre los árboles de la Avenida Acceso y un perro comienza a ladrarme. Al principio, ignoro su percepción. No obstante, cuando muerde una de mis piernas, corro asustado. Acelero cada vez más la velocidad de mis pasos y me doy cuenta de que varios caminantes pueden verme. Tres delincuentes me detienen, me amenazan con un cuchillo y me piden que les revele el secreto de la invisibilidad. Dejo de escribir...  Abandono esta historia, la notebook, la sala y me acerco a mi esposa, quien está sentada en el living. Le acaricio la espalda, la abrazo, intento besarla y esquiva mis labios: «Ahora no, amor. Mejor andá, seguí haciendo lo tuyo». Me dirijo a la habitación de mi hija, golpeo su puerta buscando un momento de atención. Me grita: «¡Estoy hablando con el Brian! ¡No jodan!». Entonces, cansado de ser más invisible que antes, regreso a mi escritorio, retomo el cuento, les respondo a los delincuentes: «Los espero mañana en la presentación de mi nuevo libro».


De ‘‘Cuarenta formas de ser invisible’’

Omar Ochi


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