martes, 22 de octubre de 2019

El náufrago del veintiuno


Debo decir que nuestra historia terminó
antes de arriesgarnos a escribirla
con los pies y las manos
de un tiempo que aún no renuncia a su mordaza.
También confieso que ya no reímos, llovemos,
almorzamos o amamos en el mismo lenguaje.
Entonces no puedo empezar diciendo:
«Hola. ¿Qué fue de la vida?».
«Aloha. ¿Qué fue de la vida de la muerte
donde nacemos juntos?».
«Good morning. ¿Qué fue de la vida de la muerte
donde nacemos juntos in this moment
and that shadow of (¿on?)
la luz que se enciende para revelar
los bellos errores de nuestros ojos vendados?».

No sé cómo explicarte
que no me arrepiento de nada,
pero te pido perdón por esta llamada
que es un pretexto
para rimar las hadas «olvidhadas»
de tus quimeras
con un verso que rompe y escupe nuestra música
                          mutilada.
Cuáles son los juegos y batallas
que debo ganar para perder la esefonía
de saber que mi isla y tu ausencia
suenan muy mal en este lado del teléfono.
Admito que me siento distante
aunque no he comenzado a marcharme
                    de un naufragio
que no es otra cosa que otra llamada perdida
del siglo veintiuno.

No sé cuándo aprenderás
que en esta época llamamos «perdidas»
a las luciérnagas que encontramos,
acariciamos, confundimos
con un falso derecho de posesión
y aunque siguen ahí
perdimos su luz oscura
por creer que habíamos alcanzado la poesía.

No sé dónde, cómo, cuándo
entenderé que ya comprendí
que somos dos dialogando, jugando al laberinto
con el mismo teléfono
y extraño tu última frase,
no porque recuerdo los dígitos indescifrables
que me soplaste una vez con mi boca,
sino porque hace cinco minutos
marqué tu número y atendí mi llamada
para decirnos que no me perdono el poema,
pero podemos despedirnos
mientras volvemos a darnos la bienvenida.


De ‘‘Los sabores del hambre’’

Omar Ochi



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