Si
usted quiere conocer el rostro de la soledad,
deténgase
frente a un espejo.
Descubrirá,
entonces,
que
la soledad no es un solo hombre,
sino
dos semblantes ajenos
que
se miran, se hablan, se gritan,
pero
no se entienden entre ellos.
*
Salga
a caminar por la urbe.
Camine
hacia el sur. Muera hacia el norte.
Sumérjase
en la continuidad de las formas,
en
un océano de gente, bocinas, anuncios
y
compruebe con su tristeza
que
sigue caminando solo.
*
Regrese
a casa. Entre sin meter bulla.
No
salude a su familia.
Siéntese
frente a una caja de mundos alternativos,
encienda
la máquina,
conéctese
a la red social del planeta burgués
y
entienda que, entre fotos, muros,
diálogos
e indiferencias virtuales,
se
siente más solo que antes.
*
Apague
la luz de su habitación.
Cierre
los ojos. Huya de los días reales.
Sueñe
la gloria. Invente un crucero.
Dígale
a la mujer de sus sueños: «no te amo»,
«me
da igual», «no quiero herirte».
Luego
mire hacia adelante:
su
propia soledad le da la espalda,
se
aleja en la bruma, no cree sus mentiras;
usted
es un perfecto idiota.
*
Ahora
mire hacia atrás:
hay
una sombra con un diccionario en la mano.
Lea
el diccionario:
aprenda
mil formas de vida solitaria.
Converse
con la sombra.
Comprenda
que la soledad no es una sola mujer,
sino
todos los besos, batallas, pasiones
ojos
que lo observan esta noche
y
descubra, en este momento,
De
‘‘Los sabores del hambre’’
Omar
Ochi
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